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El libro dual

por Alejandro Bilyk
15/05/14

 Aunque son cada vez menos los que pueden arriesgar una definición de "alma" –en el exhausto círculo de quienes aún sostienen su existencia–, son cada vez más los que pueden explicarnos qué es un geek o un stalker. En este terreno, obviamente, la polémica es limitada, ya que “googleando” todo se conoce. Una rápida búsqueda “wiki” y tenemos lo que queremos, sea el alma  o la capital de Camboya. Sin embargo, no deja de sorprender el metabolismo de este lenguaje informático, la pasmosa facilidad con que se auto-reproduce mediante ramas de fonemas de aplicación instantánea y global. A cada nuevo sustantivo electrónico, un curioso verbo existencial: “twitear”, por ejemplo.

      Lo que resulta especialmente significativo, en relación con esta entrada, es que los vocablos concernientes al libro, o más específicamente, al libro digital, como rtf, doc, pdf, lit, epub, mobi (meras conjunciones de siglas, abreviaturas ordinarias y vocalizaciones provincianas), queden tan lejos de los conceptos y tan cerca de las onomatopeyas y los tropiezos labiales.

      Empecemos por evitar el lenguaje soez. Acá, en este sitio, como mucho –y con angustia– se dice libro o lector digital, para diferenciarlo (forzosamente) del verdadero libro, el de tinta, papel y cartulina. Toda otra cosa son marcas de fábrica y anglosajonadas chinas. Espero que se e-ntienda.

      Vamos al punto. La disyuntiva parece simple: o libro de papel, o libro digital. Sin embargo, un texto armado puede ser ambas cosas a la vez, si es que se arma el original pensando en este doble destino, la imprenta y la pantalla. Por mi parte, no pienso someter un libro preparado para la imprenta a un programa pirulo que, al convertirlo a formato digital, lo deshace, le anula la justificación, le desparrama los guiones, le come los espacios, le pisotea el diseño y luego te manda a buscar las notas al sur de Camboya. Y encima lo deja inservible para la imprenta. Es una cuestión de principios, digamos, pero también de contabilidades. Las grandes editoriales pueden diversificar los productos porque tienen una tropa en cada departamento, mientras que yo estoy solo en un departamento con olor a tropa.

      Hay algo más. Tal propósito me permite conservar una ilusión intermedia: el libro quedará listo para su impresión, pero si no llega a la imprenta grande –por eso de la falta de flujo financiero–, puede llegar a la pequeña, la impresora personal. Y una vez impreso, si su operario doméstico lo hace encuadernar decentemente, va a parecerse más a un libro clásico que a un acrílico moderno. Además, como digo, tambien podrá ser leído en la computadora o lector digital, si así lo prefieren. Dos en uno. Y gratis.

      No sé después de cuánto tiempo y de cuántos libros llegaré a la medida más apropiada (de fuentes, márgenes, caja), pero no me vendría mal que colaboren, indicándome qué falta y qué se puede mejorar. Los tres libros ya editados bajo este concepto (Phantastes, Leyendo a Tolkien y Lo que te espera después de tu muerte) contienen un defecto en este sentido: no se pueden leer bien en las pantallas más chicas. Eso se debe sobre todo a la falta de experimentación –y de pantallas más grandes. No estoy en condiciones de reprochármelo tanto, ya que la presbicia cunde; aun así, en el que viene,Chaucer, creo haber mejorado también ese aspecto... y tal vez desmejorado algún otro. Nada es perfecto, acá y por ahora.

      Seguiré adelante con las ediciones impresas, por supuesto. Como dije, no es sólo una cuestión de principios, sino también de contabilidades (de algo hay que vivir). Pero seguiría aun si el libro digital llegase a reemplazar por completo al libro de papel. Porque, como dije, no es sólo una cuestión de contabilidades, sino también de principios.

      La única mala palabra que acepto es “pdf”. En ese formato me planto, al menos hasta que no inventen un procesamiento más integral y una nueva gárgara lingüística. Y si digo que me planto, me planto, por mucho que mis amigos tecnologizados me recomienden marcas parecidas al huevito de chocolate e insistan con las delicias del –con perdón– “mobi” o “epub”. Aun si llegara a incurrir en ellos (el conservadorismo es el palo en la rueda de la prudencia, caramba) no traicionaré al –con perdón– “pdf”. Nada más que para que quien quiera papel lo tenga.